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Un año después de mudarme a Los Ángeles, decidí que quería escribir chistes para un programa nocturno de entrevistas. Así que me reuní con un guionista de chistes y me dijo que debía empezar haciendo monólogos, porque así perfeccionaría mi sentido del humor y mi capacidad para escribir chistes. Al final tomé clases de stand-up y unos meses más tarde ya tenía un número de siete minutos.