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Escribí una carta a nuestro periódico australiano unas tres semanas antes de la invasión y dije: "Osama bin Laden debe estar de rodillas mañana y noche rezando a Alá para que los americanos invadan". Y, por supuesto, lo estaba, porque nada hacía avanzar más su causa -la causa del terrorismo- que la invasión de Irak. Era un absurdo.