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Cuando Dios nos confía a sus hijos -pues todos son suyos en última instancia-, sabe lo que nos falta, sabe en qué somos débiles, sabe cómo tendemos a pecar, y aun así los pone en nuestros hogares y bajo nuestro cuidado.
Cuando Dios nos confía a sus hijos -pues todos son suyos en última instancia-, sabe lo que nos falta, sabe en qué somos débiles, sabe cómo tendemos a pecar, y aun así los pone en nuestros hogares y bajo nuestro cuidado.