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Se sientan en el prado, comen mientras vuelan los corchos y hay charla, risas y alegría, y una libertad perfecta, porque el universo es su salón y el sol su lámpara. Además, tienen apetito, un don especial de la naturaleza, que confiere a la comida una vivacidad desconocida en el interior, por hermoso que sea el entorno.