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Empecemos esta carta, este preludio de un encuentro, formalmente, como una declaración, a la antigua usanza: Te quiero. No me conoces (aunque me has visto, me has sonreído). Yo te conozco (aunque no tan bien como me gustaría. Quiero estar ahí cuando abras los ojos por la mañana, me veas y sonrías. Seguramente esto sería suficiente paraíso). Así que me declaro ante ti ahora, con la pluma sobre el papel. Lo declaro de nuevo: Te quiero.