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No podemos conocer las consecuencias de suprimir la espontaneidad de un niño cuando apenas empieza a ser activo. Podemos incluso sofocar la vida misma. Esa humanidad que se revela en todo su esplendor intelectual durante la dulce y tierna edad de la infancia debe ser respetada con una especie de veneración religiosa. Es como el sol que aparece al amanecer o una flor que empieza a brotar. La educación no puede ser eficaz si no ayuda al niño a abrirse a la vida.