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Érase una vez un oso y una abeja que vivían en un bosque y eran los mejores amigos. Durante todo el verano, la abeja recolectaba néctar de la mañana a la noche mientras el oso estaba tumbado de espaldas tomando el sol en la larga hierba. Cuando llegó el invierno, el oso se dio cuenta de que no tenía nada que comer y pensó: "Espero que esa abejita tan ocupada comparta un poco de su miel conmigo". Pero la abeja no estaba por ninguna parte: había muerto de una enfermedad coronaria inducida por el estrés.