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He visto algo parecido en una batalla. Un hombre venía hacia mí, yo hacia él, para matarlo. Entonces llegó una repentina ráfaga de viento que envolvió nuestros mantos sobre nuestras espadas y casi sobre nuestros ojos, de modo que no podíamos hacernos nada sino luchar contra el propio viento. Y aquella ridícula contienda, tan ajena al asunto que nos ocupaba, nos hizo reír a los dos, cara a cara, amigos por un momento, y luego enemigos de nuevo y para siempre.