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Estaban frente a frente, castaño con blanco, negro con negro, él sosteniéndole los codos, ella tocándole la clavícula con sus dedos ligeros y flácidos, y cómo "ladoraba", decía él, el aroma oscuro de su pelo mezclado con tallos de lirio aplastados, cigarrillos turcos y la lasitud que viene de "lass". No, no, no", dijo ella, "tengo que lavarme, rápido, rápido, Ada tiene que lavarse"; pero durante otro momento inmortal permanecieron abrazados en la silenciosa avenida, disfrutando como nunca antes lo habían hecho, de la sensación de "felicidad para siempre" al final de los interminables cuentos de hadas.