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Cuando llevaban a un joven a la casa de Tellson en Londres, lo escondían en algún lugar hasta que era viejo. Lo mantenían en un lugar oscuro, como un queso, hasta que tenía todo el sabor y el moho azul de Tellson. Sólo entonces se le permitía ser visto, hojeando espectacularmente grandes libros y arrojando sus calzones y polainas al peso general del establecimiento.