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Hay tan poco que recordar de alguien: una anécdota, una conversación en una mesa. Pero cada recuerdo se repite una y otra vez, cada palabra, por fortuita que sea, se escribe en el corazón con la esperanza de que la memoria se cumpla y se haga carne, y de que los errantes encuentren el camino de vuelta a casa, y los difuntos, cuya falta siempre sentimos, atraviesen por fin la puerta y nos acaricien el pelo con soñador cariño habitual sin haber querido hacernos esperar mucho.