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El beso era inocente -suficientemente inocente-, pero también estaba lleno de algo no muy distinto de lo que Virginia quiere de Londres, de la vida; estaba lleno de un amor complejo y voraz, antiguo, ni esto ni aquello. Servirá como la manifestación de esta tarde del misterio central en sí mismo, el brillo esquivo que brilla desde los bordes de ciertos sueños; el brillo que, cuando despertamos, ya se está desvaneciendo de nuestras mentes, y que nos levantamos con la esperanza de encontrar, tal vez hoy, este nuevo día en el que cualquier cosa podría suceder, cualquier cosa en absoluto.