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  • Porque los libros no son cosas absolutamente muertas, sino que contienen una potencia de vida en ellos para ser tan activos como lo era el alma cuya progenie son; es más, conservan como en un frasco la más pura eficacia y extracción de aquel intelecto vivo que los engendró.

    'Areopagitica' (1644) p. 4