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En un choque frontal con fanáticos, el verdadero problema es siempre el mismo: ¿cómo podemos comportarnos decentemente con personas tan arrogantemente ignorantes que creen, primero, que poseen el poder de Cristo para otorgar la salvación; segundo, que obligarnos a memorizar y regurgitar algunas de sus frases favoritas de la Biblia y a asistir a su iglesia es esa salvación; y tercero, que cualquier incomodidad, frustración, enfado o desacuerdo que expresemos ante sus morónicas andanadas no se debe a su asombroso descaro, sino a nuestra pecaminosidad?