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Mamá acababa de volver de Sydney y me había traído una mariposa inmensa, de un azul sobrecogedor, Papilio ulysses, montada en un marco lleno de algodón. Me la acercaba a la cara, tanto que no podía ver nada más que ese azul. Me llenaba de una sensación, una sensación que más tarde intenté duplicar con alcohol y que finalmente volví a encontrar con Clara, una sensación de unidad, de olvido, de sinsentido en el mejor sentido de la palabra.