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Sin embargo, al sostener en mi regazo a esta pequeña y suave criatura viviente y ver cómo dormía con total confianza en mí, sentí un cálido subidón en el pecho. Puse la mano en el pecho del gato y sentí los latidos de su corazón. El pulso era débil y rápido, pero su corazón, como el mío, marcaba el tiempo asignado a su pequeño cuerpo con toda la inquieta seriedad del mío.