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El hábito de encontrar placer en el pensamiento más que en la acción es una salvaguardia contra la imprudencia y el amor excesivo al poder, un medio de preservar la serenidad en la desgracia y la paz de espíritu entre las preocupaciones. Una vida confinada a lo que es personal es probable que, tarde o temprano, se vuelva insoportablemente dolorosa; sólo mediante ventanas a un cosmos más amplio y menos inquieto las partes más trágicas de la vida se vuelven soportables.