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Y entonces, cuando la habitación se quedó a oscuras, de repente fui hiperconsciente de que Edward estaba sentado a menos de un centímetro de mí. Me quedé atónita por la inesperada electricidad que me recorrió, asombrada de que fuera posible ser más consciente de él de lo que ya lo era. Un impulso loco de acercarme y tocarlo, de acariciar su rostro perfecto una sola vez en la oscuridad, casi me abruma. Crucé los brazos con fuerza sobre el pecho y las manos se me cerraron en puños. Me estaba volviendo loca.