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Orar actualiza y profundiza nuestra comunión con Dios. Nuestra oración puede y debe surgir sobre todo de nuestro corazón, de nuestras necesidades, de nuestras esperanzas, de nuestras alegrías, de nuestros sufrimientos, de nuestra vergüenza por el pecado y de nuestra gratitud por el bien. Puede y debe ser una oración totalmente personal.