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Mi ánimo mejoró a medida que me adentraba en el bosque, pero no pude recuperar mi anterior elasticidad mental. Descubrí que la alegría es como la vida misma: no se crea con ningún argumento. Más tarde aprendí que la mejor manera de controlar algunos tipos de pensamientos que llenan de dolor, es desafiarlos a hacer lo peor que puedan; dejarlos que yazcan y roan tu corazón hasta que se cansen, y descubras que todavía tienes un residuo de vida que no pueden matar. Así, mejor y peor, seguí adelante, hasta que llegué a un pequeño claro en el bosque.