Tenía un cáncer oscuro que le goteaba del pecho. Ojos cerrados. Entubada. Pero su mano seguía siendo su mano, seguía caliente y tenía las uñas pintadas de un azul oscuro casi negro. Yo la cogí de la mano e intenté imaginarme el mundo sin nosotros y, durante un segundo, fui lo bastante buena persona como para esperar que muriera para que nunca supiera que yo también me iba. Pero luego quise más tiempo para que pudiéramos enamorarnos. Se cumplió mi deseo, supongo. Dejé mi cicatriz.