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Entonces, de repente, el Topo sintió que le invadía un gran temor, un temor que convirtió sus músculos en agua, inclinó la cabeza y clavó los pies en el suelo. No era terror pánico -de hecho se sentía maravillosamente en paz y feliz-, pero era un temor que lo golpeaba y lo retenía y, sin ver, sabía que sólo podía significar que alguna presencia augusta estaba muy, muy cerca.