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Tal vez no fuéramos muy realistas, pero teníamos la esperanza de que si conseguíamos entrar en la Ivy League, todo estaría arreglado. Soñábamos con bibliotecas góticas, cuadriláteros verdes, dormitorios románticos con chimeneas y chicos no sólo guapos, sino también inteligentes, encantadores y, posiblemente, británicos. Creíamos que en la universidad encontraríamos por fin a nuestra gente.