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Mil por su amor morían cada día, y los que veían su rostro, en blanco espanto, deliraban y se afligían y lloraban hasta perder la vida; morir por amor a esa vista hechicera valía más que cien vidas sin su luz. Nadie podía sobrevivir pacientemente a su ausencia, nadie podía soportar la proximidad de este rey. ¡Qué extraño era que el hombre no pudiera soportar ni la presencia ni la ausencia de su mirada!