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Había algo insoportablemente sexy en los coches de noche, pensó Ronan. La forma en que los guardabarros retorcían la luz y reflejaban la carretera, la forma en que cada conductor se volvía anónimo. Al verlos, le dio un vuelco el corazón.
Había algo insoportablemente sexy en los coches de noche, pensó Ronan. La forma en que los guardabarros retorcían la luz y reflejaban la carretera, la forma en que cada conductor se volvía anónimo. Al verlos, le dio un vuelco el corazón.