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El amor tiene un rasgo particular: lejos de ser indulgente o voluble, tiene una tarea o propósito que cumplir: permanecer. Por su naturaleza, el amor es duradero. Una vez más, queridos amigos, vislumbramos lo mucho que el Espíritu Santo ofrece a nuestro mundo: el amor que disipa la incertidumbre; el amor que supera el miedo a la traición; el amor que lleva dentro la eternidad; el verdadero amor que nos atrae hacia una unidad que permanece.