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Cuando dos hombres de ciencia discrepan, no invocan el brazo secular; esperan a tener más pruebas para decidir la cuestión, porque, como hombres de ciencia, saben que ninguno de los dos es infalible. Pero cuando dos teólogos discrepan, como no hay criterios a los que ninguno pueda apelar, no queda más remedio que el odio mutuo y la apelación abierta o encubierta a la fuerza.