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La vitalidad del pensamiento está en la aventura. Las ideas no se conservan. Hay que hacer algo con ellas. Cuando la idea es nueva, sus custodios tienen fervor, viven por ella y, si es necesario, mueren por ella. Sus herederos reciben la idea, quizás ahora fuerte y exitosa, pero sin heredar el fervor; así que la idea se asienta en una cómoda mediana edad, se vuelve senil y muere.