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La idea predominante parece ser que vengo a Dios y le pido algo que quiero, y que espero que me dé lo que le he pedido. Pero ésta es una concepción muy deshonrosa y degradante. La creencia popular reduce a Dios a un siervo, nuestro siervo: cumpliendo nuestras órdenes, realizando nuestro placer, concediendo nuestros deseos. No, la oración es acercarse a Dios, contarle mi necesidad, encomendarle mi camino y dejarle que lo haga como mejor le parezca.