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La tierra conserva una identidad propia, aún más profunda y sutil de lo que podemos conocer. Nuestra obligación para con ella es sencilla: acercarnos con una mente no calculadora, con una actitud de respeto... estar atentos a sus aperturas, a ese momento en que algo sagrado se revela dentro de lo mundano, y sabes que la tierra sabe que estás allí.