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La vida no es ordenada. Por mucho que intentemos que así sea, en medio de ella morimos, perdemos una pierna, nos enamoramos, se nos cae un tarro de compota de manzana. En verano, trabajamos duro para tener un jardín ordenado, bordeado de pensamientos con hileras o macizos de columbinas, petunias, corazones sangrantes. Luego añoramos el bosque, donde todo parece desordenado y, sin embargo, nos sentimos en paz.