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A quienes Dios salva legalmente, los salva experimentalmente; a quienes justifica, también los santifica. Cuando la justicia de Cristo se imputa a un individuo, se le imparte un principio de santidad; lo primero sólo puede comprobarse por lo segundo. Es imposible obtener un conocimiento bíblico de que los méritos de la obra consumada de Cristo se contabilizan en mi cuenta, excepto probando que la eficacia de la obra del Espíritu Santo es evidente en mi alma.