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Podemos rechazar todo lo demás: la religión, la ideología, toda la sabiduría recibida. Pero no podemos escapar a la necesidad del amor y la compasión. Ésta es, pues, mi verdadera religión, mi fe sencilla. En este sentido, no hay necesidad de templo o iglesia, de mezquita o sinagoga, no hay necesidad de complicada filosofía, doctrina o dogma. Nuestro propio corazón, nuestra propia mente, es el templo. La doctrina es la compasión. El amor por los demás y el respeto por sus derechos y su dignidad, sin importar quiénes sean o qué sean: en última instancia, eso es todo lo que necesitamos.