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La comunidad católica debe ofrecer apoyo a aquellas mujeres que pueden encontrar dificultades para aceptar un hijo, sobre todo cuando están aisladas de su familia y amigos. Asimismo, la comunidad debe estar abierta a acoger de nuevo a todos los que se arrepienten de haber participado en el grave pecado del aborto, y debe guiarles con caridad pastoral para que acepten la gracia del perdón, la necesidad de penitencia y la alegría de entrar de nuevo en la vida nueva de Cristo.