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Es, en efecto, un hecho que, en medio de la sociedad y de la sociabilidad, toda inclinación al mal tiene que someterse a un control tan grande, ponerse tantas máscaras, recostarse tan a menudo sobre el lecho procruso de la virtud, que bien podría hablarse de un martirio del hombre malo. En la soledad todo esto desaparece. Aquel que es malvado es más malvado en la soledad: que es donde está en su mejor momento - y por lo tanto a los ojos de quien ve en todas partes sólo un espectáculo también en su más hermoso.