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Es una locura que una Nación espere favores desinteresados de otra; que deba pagar con una porción de su Independencia por cualquier cosa que pueda aceptar bajo ese carácter; que por tal aceptación, pueda colocarse en la condición de haber dado equivalentes por favores nominales y aún ser reprochada de ingratitud por no dar más. No puede haber mayor error que esperar o calcular favores reales de Nación a Nación. Es una ilusión que la experiencia debe curar, que un orgullo justo debe desechar.