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Al igual que su amiga y admiradora Clarice Lispector, Hilda Hilst fue una apasionada exploradora de lo sagrado y lo profano, lo puro y lo obsceno, y muestra, en esta obra desconcertante e hipnótica, cuán pocas veces esas categorías son lo que parecen. La traducción es excelente, un alivio poco frecuente.