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Hay momentos en la historia en que los tambores oscuros de Dios apenas se oyen entre los ruidos de este mundo. Entonces, sólo en los momentos de silencio, que son raros y breves, puede percibirse débilmente su latido. Hay otros momentos. Son los momentos en los que se oye a Dios como un trueno, en los que la tierra tiembla y las copas de los árboles se doblan bajo la fuerza de su voz. No les es dado a los hombres [y a las mujeres] hacer hablar a Dios. Sólo les es dado vivir y pensar de tal manera que, si llegara el trueno de Dios, no se habrían tapado los oídos.