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Los votantes inclinados a aborrecer y temer las escuelas de élite de la Ivy League rara vez hacen distinciones finas entre Yale y Harvard. Lo único que saben es que ambas están llenas de intelectuales ricos, elegantes, engreídos y posiblemente peligrosos que nunca se sientan a cenar en camiseta interior por mucho calor que haga.