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  • En el campamento israelita, aunque había iniquidades, pecados y maldad, Dios no veía ninguno de ellos porque la sangre de los toros y de los machos cabríos, que ofrecían diariamente al Señor, cubría a los hijos de Israel. Cuánto más cierto es eso para nosotros hoy, que somos lavados limpios para siempre por la sangre del Cordero de Dios, Jesucristo, nuestro hermoso Salvador.