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La buena comida es veneno. Puede ser tan amarga como el antimonio y las almendras amargas y tan repulsiva como tragar sapos vivos. Al igual que el veneno que el emperador tomaba todos los días para no ser envenenado, la buena comida debe tomarse a diario hasta que el organismo se vuelva inmune a sus estragos y las papilas gustativas sean golpeadas y maltratadas hasta el punto de que no sólo acepten sino que saboreen cualquier brebaje vil bajo el sol.