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Una y otra vez he intentado imaginar el entorno perfecto, las condiciones ideales para la lectura: ¿Un sillón de cuero desgastado en una noche lluviosa? ¿Una hamaca en un jardín recién cortado? ¿Un porche con vistas al mar en verano? Buenas elecciones, todas. Pero no me cabe duda de que todas son meros desplazamientos, intentos sentimentales de reproducir el calor y la comodidad del regazo de mi madre.