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La presencia interior de Cristo nos ha liberado de la orientación exclusiva hacia nosotros mismos y nos ha abierto en dos direcciones: hacia Dios, para recibir los bienes con fe, y hacia el prójimo, para transmitirlos con amor.
La presencia interior de Cristo nos ha liberado de la orientación exclusiva hacia nosotros mismos y nos ha abierto en dos direcciones: hacia Dios, para recibir los bienes con fe, y hacia el prójimo, para transmitirlos con amor.