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Cuanto más comprendemos lo que ocurre en el mundo, más frustrados nos sentimos a menudo, pues nuestro conocimiento nos conduce a sentimientos de impotencia. Sentimos que vivimos en un mundo en el que el ciudadano se ha convertido en un mero espectador o en un actor forzado, y que nuestra experiencia personal es políticamente inútil y nuestra voluntad política una ilusión menor.