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No parece suficientemente erradicado el error de que las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, están sujetos a la coacción de las leyes. Pero nuestros gobernantes sólo pueden tener autoridad sobre tales derechos naturales en la medida en que nos hayamos sometido a ellos. Los derechos de conciencia nunca los hemos sometido, no podríamos someterlos. Somos responsables de ellos ante nuestro Dios. Los poderes legítimos del gobierno se extienden sólo a aquellos actos que son perjudiciales para otros.