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  • Para cuando entraron en el aparcamiento del A&P, el estado de ánimo se estaba desvaneciendo, el momento había desaparecido. Amy podía sentir cómo se iba. Tal vez no fuera más que los dos donuts que se expandían en su estómago lleno de leche, pero Amy sintió que empezaba una pesadez, un giro familiar de alguna marea interior. Mientras conducían por el puente, el sol parecía pasar de un alegre amarillo diurno a un dorado de primera hora de la tarde; era doloroso cómo la luz dorada golpeaba las orillas del río, rica y triste, atrayendo de Amy un cierto anhelo, un ansia de alegría.

    Elizabeth Strout (2003). “Amy and Isabelle: A Novel”, p.56, Vintage