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La lectura diligente de la Sagrada Escritura acompañada de la oración suscita ese diálogo íntimo en el que la persona que lee escucha a Dios que habla y, al orar, le responde con confiada apertura de corazón. Si se promueve eficazmente, esta práctica traerá a la Iglesia -estoy convencido de ello- una nueva primavera espiritual.