Autores:
  • Yo mismo gritaré quizá con todos los demás, mirando a la madre que abraza al verdugo de su hijo: "¡Justo eres, Señor!", pero no quiero gritar con ellos. Mientras haya tiempo, me apresuro a defenderme de él, y por eso renuncio absolutamente a toda armonía superior. No vale la pena ni siquiera una lágrima de aquella niña atormentada que se golpeaba el pecho con su pequeño puño y rezaba al 'querido Dios' en un retrete apestoso con sus lágrimas irredentas.