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No se diga, pues, que el Soberano no está sujeto a las leyes de su Estado; ya que lo contrario es una proposición verdadera del derecho de gentes, que la adulación ha atacado a veces, pero que los buenos príncipes han defendido siempre como divinidad tutelar de sus dominios. ¡Cuánto más legítimo es decir con el sabio Plato, que la perfecta felicidad de un reino consiste en la obediencia de los súbditos a su príncipe, y del príncipe a las leyes, y en que las leyes sean justas y estén constantemente dirigidas al bien público!