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Desde un punto de vista biológico, la religión patriarcal negaba a la mujer los derechos naturales de cualquier otra hembra de mamífero: el derecho a elegir a su semental, a controlar las circunstancias de su apareamiento, a ocupar y gobernar su propio nido o a rechazar a todos los machos cuando está preocupada por la importante tarea de criar a sus hijos.